miércoles, 25 de julio de 2012

Miércoles de Morfi: Sándwich de Todovale.



Despertarse muerta de hambre, y ¡El horror! No hay nada en la heladera más que aderezos, jugo, queso crema y el combo infaltable de cebolla y tomate para salsa o ensalada. O sea, nada para hacerse un desayuno de media tarde.

Pero algo hay que comer. ¡Algo! Y salir a la calle a comprar no es opción. Recién levantada, sin ganas de hacer nada, sin ganas de peinarme, menos que menos de vestirme presentablemente... y ya está. Nace el Sandwich Todovale, cocina boba pero gustosa para veinteañeros.

Con esta introducción, lo primero que sale pensar es que me morfé cualquier porquería, pero no. ¿Acaso esta fotito no es suficientemente seductora?




El Todovale es una mezcla de todo aquello que pueda ser metido en una sartén para saltearse, queso crema y unas tortillas simples de harina de trigo. Suena a desfachate, pero el caso es, la porquería es riquísima  son muy sabrosas, y definitivamente es mucho mejor que bajarse un paquete de galletitas dulces.

Para hacer el relleno de Todovale de la foto, usé lo que encontré: una cebolla grande, un tomate perita, y condimentos a mano. Descuarticé Corté la cebolla en cubitos medianos, dejé calentar un poco una sartén con aceite y la puse a cocinar a fuego medio hasta que empezó a transparentarse, con un poco de jengibre cortado en juliana para darle un toque alimonado. A mitad de la cocción, le rocié una pizca de azúcar, porque me gusta el toque dulce con las cebollas. Mientras se cocinaba, tomé el tiempo de lavar el tomate, cubetearlo y lo puse en la sartén a último momento. Cuando todo estuvo cocinado a mi gusto, le rocié una pizquita de sal, un rato después un toque de salsa de soja, dejé todo cocinarse unos minutos y apagué el fuego.

La cosa es simple, solamente sartén, un toque de aceite para lubricarla, e ir agregando ingredientes siguiendo un orden que respete el punto de cocción de cada uno. Primero va todo aquello que tengamos a mano [recordemos que es un Todovale, no son ingredientes fijos] que sea lento de cocinarse -como cebolla, verdeo, apio, pencas de acelga, hinojo, ajo, jengibre, zanahorias, repollo- seguidos por los más rápidos -como tomates, brotes de soja, brotes de alfalfa, arvejas naturales cocidas-, y  moverlos constantemente para que no se pongan cómodos quemen ni se peguen. 

Mientras el relleno se cocina a sartén, se van preparando las tortillas. Una taza de harina [de esas de 300cc], alcanza y hasta sobra para hacer una porción individual. Cualquier harina... sea más o menos ceros, integral, leudante, da igual. A eso, le agregamos sal a gusto y una cucharada de azúcar [tamizar sería lo ideal, pero también es demasiado laburo para quien recién se levanta y quiere morfar YA], y una vez bien mezclado, le tiramos un poco de aceite. ¿Cuánto? Un chorro. ¿En cantidades precisas? No tengo idea. Calculo que serán unas 4 cucharadas, más o menos. Volvemos a mezclar, y ahora sí, agregamos agua tibia hasta formar la masa.

El resto es descargarse con el pobre bollito, apretujarlo, estirarlo, cachetearlo, darle con fuerza hasta que la masa esté homogénea. Espolvoreamos la mesada con harina, estiramos en forma de disco, de cuadrado redondeado, de pacman con hidrocefalia, o de lo que salga. El grosor es a gusto, yo las preparo finitas para que queden crocantes y se hagan rápido. Las pinchamos un poco, y van a sartén tipo grill -o bifera, churrasquera- rociada con spray vegetal para asarlas hasta su muerte, oh malditas tortillas se doren de ambos lados.

Una vez frío el relleno, lo mezclé con dos cucharadas generosas de queso crema, corté las tortillas por la mitad, y preparé los sandwichitos. Acompañados con mate, son una delicia.

Además de esta, que fue la que tenía a mano, otra buena combinación es cebolla, jengibre, pimentón, sobras de pollo del día anterior, con un buen rocío de salsa de soja y queso crema. O cebolla, zanahoria, y remolacha cruda rallada [pero con menos azúcar al cocinar las cebollas, y mucha salsa de soja].

Buen provecho. Om nom nom.


domingo, 22 de julio de 2012

¡Qué grasa!



[Prohibido tocar Brahms con glándulas cebáceas hiperactivas]



Ella, sentada en un recreo, toma su violín entusiasmada y le dice a su compañera "Mirá lo que aprendí", y comienza a tocar la Danza Húngara Nª5 de Brahms en Sol menor. A lo bello que suena ese violín, sumémosle la soltura con la que la criatura mete mano al instrumento, y la pasión que le pone a esos segunditos en que se dedica concentradamente a la ejecución de la pieza. Frente a ella, la otra niña observa atentamente, pero lejos de admirar la dedicación y la habilidad de su compañera, comienza a delinearse en su cara una mueca entre asco e indignación.




La publicidad nos muestra como la espectadora se levanta, pero no para aplaudir ni felicitar, sino para espetar un "qué grasa", e irse, dejando a la violinista entre sorprendida y dolida. Defraudada. Humillada, sería la palabra correcta. Humilladísima. 

¿Cuál fue el motivo por el cual la oyente decidió interrumpir la música, y reprobar la actuación? La flaquita del violín tenía cutis grasoso, y en lugar de prestarle atención al sonido que salía de sus dedos, la espectadora estuvo pendiente del brillo de su frente. No importa el talento, no importa el tiempo de reventarse para comprender una partitura, no importan los dedos desmochados y el dolor de codo de tanto intentar sacar una melodía de un instrumento tan jodido de dominar como es el violín. No importa tener suficiente personalidad como para dedicarle tiempo a una actividad en la cual la mayoría de los adolescentes tienen mínimo interés, ni encontrarle el gusto a un género musical por fuera del ritmo de moda. Si tenés una mínima imperfección estética, nada importa hasta que la soluciones o lo disimules, sino, no interesa lo que hagas, no interesa en qué te realices, no interesa nada, van a seguirte humillando.


En la próxima escena vemos a nuestra violinista tomando una toallita de limpieza facial para terminar con el problema, y a la otra taradúpida, mirándola, esta vez con atención y, ahora sí, con una sonrisota de aprobación. Nuestra violinista ahora ya sonríe frente al espejo, se siente bien consigo misma, y ya se hizo amiga de esas toallitas de limpieza salvadoras, gracias a las cuales puede mostrarse en todo su esplendor frente a los demás sin miedo a que la rechacen.

Y la violinista tiene suerte. Dentro de un conjunto de quinceañeras bonitas, destacaría. Qué se le podría decir su cara no pudiera ponerse en una tapa de revista... la taradúpida no se limitaría a darle una toallita de limpieza, quizás vendría con un arsenal entero de maquillajes. Si fuese fea, quizás además del maquillaje traería el prospecto de una clínica de cirugía plástica. Si fuera gorda, le gritaría que le afloje a los postres, o le señalaría que comer en exceso es una debilidad contra la que debe luchar para encajar. O quizás, ni siquiera se gastaría en eso, quizás ni siquiera le dirigiría la palabra. 

Ese es el mensaje de mierda que da la publicidad de Asepxia: la única forma de no ser un marginado, de no ser una burla constante, es ser estéticamente correcto. 

Eso es lo que nos dice la televisión cada media hora [en el mejor de los casos]: Cada persona debería revisar aquellas imperfecciones que pudiesen ser captadas a primera vista antes de mostrarse frente a un par, control que debería hacerse más a fondo aún si una tiene la mala leche de ser mujer. Porque eso de que "la mujer que al amor no se asoma no merece llamarse mujer" es una cursilería de los boleros de antaño, la realidad es que la mujer que no cuida su aspecto es la que no lo merece, no pequemos de boludez. 



Es un must controlar si las hormonas jugaron una mala pasada a la piel en una zona visible. Si tenés más de treinta años, al control de puntos negros y sebo se suma vigilar que la piel no se te haya plegado en una pata de gallo, o aún peor, que se te haya quedado grabada alguna cicatriz, es impensable eso de que tengas marcas que le cuenten al mundo que no sólamente has pasado las dos décadas de vida, sino que además, has vivido situaciones que te han dejado huellas en el cuerpo. 

 Si osás salir con ropas que no sean túnicas romanas, deberías procurar cagar antes para que no te vean con una buzarda que delate tu intestino rebosante, no vaya a ser que se note que no hacés la dieta de moda, que no te has pasado el tiempo necesario con el culo encima del inodoro, que esto influya en tu cuerpo y termines con paso paquidérmico, mal humor y envejezcas prematuramente. Y lo peor, que los demás vean tu dejadez... ¡La dejadez de no hacerte cargo de tu problema tomando nada más que un yoghurt por día! Así lo hace la actriz que actúa de madre familiera en la novela de turno, señora, y usted debería hacerlo. 

Si se es hombre, no es TAN necesario preocuparse por la belleza. Pero sí se debe saber que para lograr que toda mujer se acerque para insinuarse sexualmente, se arranque la ropa y se disponga a comenzar una pelea a uñas y dientes con cualquier otra candidata mientras viste ropa interior, sólo para recibir el favor de una sesión de sexo desenfrenado y quizás, si lo amerita, un beso francés, y a su vez, que esté dispuesta a hacerlo sin pretender compromisos a largo o corto plazo. Lo único que hay que hacer es usar desodorante. Ahora, si además de eso, se pretende admiración y hasta podríamos decir cariño, hay que afeitarse hasta dejarse la cara como culo de bebé para que a uno lo besen solemnemente, y cuanto más cuchillas tenga la afeitadora, más se potencia el efecto de virilidad automática. En el proceso, quizás se puedan obtener ojos azules y una buena quijada prominente. Si eso se combina con un shampoo formulado específicamente para hombres, se pasa de ser un mero metrosexual que atrae mujeres histéricas, a ser un crack del deporte admirado por toda la humanidad, deseado por las mujeres, respetado por los hombres, temido por los arqueros, los recogebolas y los referís. Lavarse el pelo con shampoo de mujeres es rechazar la hombría, cosa de putos y fracasados. Y esos que usan el unisex, si no se comen la masita, arañan el paquete, mi niño.

Todos saben que la fragancia de productos de marca causa fiebre uterina en las mujeres y que la calentura causada en las féminas es igual a la razón entre el tamaño de las tetas dividido por la longitud de la cintura, multiplicado por el precio del compuesto por litro, muchacho. 

Si querés girar la cabeza sin que nadie te mire raro, ni dejar un rastro de tu camino cual Hansel y Gretel -pero con caspa en vez de galletitas- deberías asegurar por todos los medios que tu pelo tenga un color uniforme, un cuero cabelludo sin sedimentos de piel muerta y  un movimiento natural, y si no lo tiene, utilizar cualquier producto no natural, sea un cóctel de detergente lavavajillas con aceite de coco o una tintura color castaña con amoníaco, o un sérum de mayonesa con ceramidas para esa  naturalidad perdida.  Da lo mismo cuál, si un tipo con bata lo recomienda y un deportista devenido en modelo lo usa, debe ser efectivo. 

Ninguna publicidad nos niega la posibilidad de ser bellos.. todo lo contrario ¡Todos tenemos la chance!  Pero para eso hay que darle a nuestra fachada un buen mantenimiento con los mejores productos. Cualquier cascarudo se convierte en mariposa si se le da un correcto tratamiento de chapa y pintura. Pero eso de ser feo, es una elección, y definitivamente, una elección incorrecta. Marcar aspectos "físicamente incorrectos" de los demás es algo no solamente aceptable, sino también deseable, ya que si se los remarcáramos ¿Cómo podrían darse cuenta de ellos y tomar la correcta decisión de corregirlos?¿Cómo dejarlos ir por la vida con esa carga? 

Y peor que peor, si aquél señalado no cuenta con los medios económicos para comprar esos productos redentores, seguirá siendo un grasa toda su vida, merece ser burlado, y con buenas razones. Nunca podrán pertenecer a ese grupo selecto de  "bellos"en tanto se mantengan en su condición, optando por productos de baja gama, o por ninguno.  Porque no quieren cambiar, a pesar de que deberían. No importan sus valores, no importa cuán interesantes pudieran parecernos, no importan sus historias de vida, no importa la pasión ni la entrega que tengan hacia sus intereses. No importa que sea de ellos, sólo sabemos que nunca serán aquello que deberían ser, y que debemos hacérselos notar.

[Sarcasmo=OFF]
Ahora, si esto no es violencia disfrazado de cancherismo, díganme qué carajos es, porque yo no sé. 

miércoles, 11 de julio de 2012

Y acá estamos.






Vengo arrastrando las ganas de armar un blog desde hace rato. No sé bien por qué no lo he hecho antes, pero no lo hice.

Mientras tanto, vengo acumulando en mi computadora pequeños escritos, ideas sueltas, retazos de anécdotas, y otras tantas huevadillas en una carpeta escondida. De vez en cuando, les toca su día: miro cada archivito, me pongo nostálgica o iracunda dependiendo de la situación que evoca cada uno, batallo un poco conmigo misma para no borrarlo, cedo ante la pulsión de emperifoliarlo un poco, y vuelvo a meterlo en su carpetita hasta la próxima vez en que piense en publicarlo. Vendría a ser una especie de Síndrome de Diógenes, en lo que refiere a la escritura de posteos.

Este blog es, entonces, un container de pensamientos que vengo revoleando sobre un notepad y acobachando por ahí. Un basurero donde tirar un poco de mi cotidianeidad, un touch de pelotudeces frívolas, y unos cuantos filosofeos volátiles. Un mix de catarsis a media cocción, servido en un platito 2.0, aleteando mientras chilla "hola, mundo". 

Y acá estamos.